De la inteligencia artificial a la inteligencia emocional
- Felipe Arancibia
- 6 jun 2023
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 3 jul

Necesitamos una nueva revolución educativa
Mi confesión
Cuando llevaba algunos años de profesor, cometí un acto arbitrario: hice callar con mucha vehemencia a un joven de 13 años que estaba en mi clase. Lo expulsé de la sala, no sin antes decirle que me estaba faltando el respeto por haberse reído fuerte. Registré el hecho en su hoja de vida. En el intertanto, él me intentaba explicar que había sucedido algo gracioso, que nada tenía que ver conmigo y que por la situación, él se rió. Obviamente, yo no lo escuché.
Para muchos lectores, esto podría ser una situación habitual; una de las tantas injusticias que vivimos en nuestra vida escolar.
Pero ya llegada la calma, me di cuenta que en la vida hay cosas que nos dan risa y simplemente reímos. Es lo más normal del mundo. Y que tal vez, este joven tenía razón y que el hecho que le provocó la hilaridad, no se relacionaba conmigo, ni con el respeto, ni con las normas, etc. Simplemente, una risa. Nada de malo, algo simplemente natural.
Al salir de la sala, le pedí que me acompañara para hablar. Él no estaba muy conforme y me dijo que tenía rabia y que no quería hablar. Yo respeté ese deseo, por lo que lo abordé el siguiente día que tuvimos clases. Le pedí que se acercara a mi mesa y le pedí que me explicara lo que le había dado risa. Era algo muy simple y natural y que en nada justificaba mi fuerte reacción. Me di cuenta de mi conducta exagerada.
¿Qué correspondía en ese momento? Lo más natural y a veces difícil para un profesor: pedir disculpas. Pero también pensé en que yo debía reparar el mal rato que le hice pasar. Por eso, en un momento de la clase, detuve la actividad y les hice recordar la situación de la clase anterior y que en ella, yo me había comportado de forma exagerada, inadecuada y que tomé todas las decisiones sin siquiera escuchar al joven estudiante. Por eso le había pedido disculpas en privado, pero como la situación ocurrió de manera pública, también tenía que hacerlo en ese nivel, frente a todo el curso. Y por cierto, debía registrar una nueva explicación de la situación en su hoja de vida para “anular” o al menos “equilibrar” el registro del día anterior.
Al final de la clase, fue el joven que me pidió hablar en privado. Obviamente accedí y fuimos a mi pequeña oficina. Me agradeció el gesto, porque lo hizo sentir bien y en justicia. Pero luego me hizo saber que él nunca había visto un adulto pidiendo disculpas ni reparando un daño de ese tipo. Me dijo que era difícil para él aprender a pedir perdón si nunca nadie se lo había enseñado. Para mí, eso encendió una luz.
¿Cómo aprender habilidades socio-emocionales, si el mundo adulto no las enseña y peor aún, parece ser que no las tiene? ¿Qué importancia tiene aprenderlas?
Cómo la inteligencia artificial ayudará a los profesores. Kai-Fu Lee, experto en IA
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Educar las habilidades socio-emocionales
Dichas habilidades, son condiciones que nos permiten interactuar efectivamente con personas y regular nuestras propias emociones. En ellas podemos incluir la empatía, la resolución de conflictos, las relaciones interpersonales, la colaboración, liderazgo, etc. Sin ellas, no podríamos relacionarnos bien con otros, ni comprender lo que nos sucede. Por ejemplo, si tu novio o novia se siente triste, nuestra capacidad de empatizar, nos ayudará a hablarle correctamente, a intentar comprender lo que le sucede y brindar nuestro mayor apoyo. Claramente esto puede verse también en el mundo del trabajo.
¿Es necesario educar dichas habilidades en el inicio de la revolución que marcarán las inteligencias artificiales? Evidentemente que sí. Ahora el problema no es “llenar” los cerebros de contenido, porque la información es accesible sin límites. Si las máquinas harán gran parte de nuestro trabajo, el “problema” ahora, será volvernos verdaderamente humanos, enfocarnos en lo que nos hace personas: ser compasivos, empáticos, etc.
En ese sentido, la figura del profesor será relevante, pues tendrá que dirigir el aprendizaje de dichas habilidades, siendo él, un modelo, una referencia de cómo se resuelven los problemas, cómo se puede estar triste pero no agredir a los demás, saber pedir perdón, reconocer los errores, etc. y acá debemos recocer que en el mundo adulto tenemos una gran falencia, profesores incluidos.
Por eso será necesaria una gran reforma en la formación docente. Tal vez mayor que la de fines de los ’90 e inicios del 2000, cuando se debió alfabetizar digitalmente a los profesores que debían recibir internet como un nuevo aliado del que no era posible resistirse.
Si queremos que nuestros jóvenes sean más humanos, que se diferencien de una máquina, necesitamos profesores y sistemas educativos más humanos y emocionalmente seguros, para que el adulto sea un modelo. Necesitamos que los profesores puedan ser conscientes de lo que les pasa, de sus propias emociones, que puedan escuchar antes de aplicar el rigor de la norma. Los niños necesitan aprender a reconocer qué les sucede. Necesitamos la sabiduría para reconocer que si un niño está enojado es tal vez porque tiene pena y no porque quiere oponerse a las normas escolares.
Para lograr este cometido, se necesita más que el esfuerzo de algunos profesores individuales, se requiere una política pública educativa fuerte que repiense las necesidades de los futuros trabajadores en el contexto de esta nueva revolución tecnológica.
Ante la era de la inteligencia artificial, debemos proponer también la era de la inteligencia emocional.
"¡Que comience la revolución del aprendizaje!"
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Solo una pequeña nota al pie: Este joven al cual traté tan rigurosa e injustamente, continuó hablando conmigo, incluso después que él se cambió de colegio. Fue lindo ver como se puede pasar de un momento donde una relación se quiebra, a una relación que se fortalece. Él me dijo que seguía hablando conmigo porque le interesaba aprender a ser “grande”. Y por mi parte, él me recordaba que yo debía aprender a escuchar y ser humilde.





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